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Kepa Bilbao Ariztimuño

EL EJERCICIO DE LA GUERRA ES PRINCIPALMENTE MASCULINO

(publicado en El Correo, 10 de julio de 2025)

De dicha constatación histórica no cabe deducir que en los hombres hay un gen belicista que no existe en las mujeres. El hecho de que las tareas militares hayan sido históricamente y sigan siendo mayoritariamente masculinas, para Cynthia Enloe responde más a razones socioculturales, a estructuras patriarcales, que a características innatas. Para esta teórica feminista, conocida por su enfoque crítico sobre cómo la militarización afecta a la vida cotidiana de las mujeres y cómo se invisibiliza su trabajo en contextos bélicos, el patriarcado, la militarización y el género están profundamente entrelazados en la política global. Argumenta que la militarización se infiltra en la vida cotidiana y en las concepciones culturales de masculinidad y feminidad.

El género, al igual que la clase y la raza, impregnan la institución militar y la forma en que se practica la violencia. Como nos informa el arqueólogo González Ruibal, en una investigación extraordinaria en Tierra arrasada. Un viaje por la violencia del Paleolítico a nuestros días, una forma específica de identidad masculina -patriarcal y agresiva- se desarrolló en paralelo a la guerra como institución. Los guerreros forman comunidades íntimas, con sus códigos, sus relaciones sociales, afectivas y su identidad de grupo. Este tipo de comunidades se crean también a través de prácticas materiales: mediante el empleo de determinados objetos (armas, uniformes), el consumo social de determinadas sustancias (alcohol, tabaco y otras drogas) y el uso de determinados espacios androcéntricos como cuarteles, santuarios, fuertes, campamentos y trincheras. La identidad de género se crea también a través de prácticas diferenciales de violencia, tanto por lo que se refiere a quienes la practican como a quienes la sufren.

Aunque el ejercicio de la guerra desde que hace su aparición es universalmente masculino, sin embargo, existen numerosos ejemplos a lo largo de la historia donde las mujeres han participado activamente en conflictos bélicos, ya sea como combatientes, estrategas, líderesas o defensoras de sus comunidades. Muchas mujeres guerreras surgieron en sociedades y contextos de resistencia contra poderes coloniales o imperialistas (Nzinga Mbande, Boudica, Tomoe Gozen, las guerreras de Dahomey, las milicias indígenas en América Latina, las combatientes kurdas, las guerrilleras zapatistas, salvadoreñas, sandinistas, etc.). Las mujeres que lideraron ejércitos o desarrollaron tácticas militares a menudo fueron ignoradas o mitificadas como el caso de Juana de Arco, pero son minoría respecto a las sociedades donde la violencia institucional es asunto exclusivamente de varones. Y de hecho no existen sociedades donde la guerra sea solo tarea femenina.

La profesionalización de los ejércitos a partir del siglo XVII consolidó la exclusión femenina. Durante la Primera y Segunda Guerra Mundial, aunque las mujeres participaron masivamente en fábricas y servicios auxiliares, en formas subordinadas (enfermeras, soporte logístico, etc.) su presencia en el combate se consideró inusual y generalmente temporal.

Respecto a quienes sufren la violencia, los restos humanos, nos dicen los arqueólogos, dejan claro que no se suele matar igual a hombres y mujeres. Los múltiples y repetidos traumas perimortem, los que tienen lugar en el momento de la muerte, en los esqueletos femeninos revelan que las mujeres son más habitualmente víctimas de ensañamiento, lo que implica violación (aunque esto no pueden observarlo directamente en los restos humanos). Los varones suelen morir habitualmente (pero no siempre) en combate o en ejecuciones limpias. Es un patrón que los arqueólogos observan a lo largo de milenios y en culturas muy distintas. Una práctica que continúa en nuestros días. Hay que señalar que la violencia que se ejerce contra la población civil en las nuevas guerras es sobre todo una violencia contra las mujeres. En las guerras de los Balcanes de los últimos diez años fueron violadas de 20.000 a 50.000 mujeres; en Ruanda, durante y después del genocidio, la violencia sexual fue generalizada, casi todas las mujeres que sobrevivieron al genocidio fueron violadas, son cifras escalofriantes, entre 250.000 y 500.000 mujeres, además de que muchos de los 5.000 niños nacidos fruto de esas violaciones fueron asesinados. En el actual genocidio de Gaza, la mayoría de los más de 56.000 muertos son mujeres y niños.

A partir de finales del siglo XV, el modo de guerrear, el modo europeo de hacer la guerra, así como el modo de pensar y actuar estratégicamente, se globaliza, se proyecta al resto del planeta. Así mismo, Europa, ha jugado un papel decisivo en ciertas formas modernas de genocidio (burocrático, industrial, ideológico), especialmente a partir de la colonización y el siglo XIX-XX.

La visión militarista centrada en lo masculino sigue presente en las estructuras de poder y en cómo se entienden los conceptos de seguridad y defensa. Estudios feministas han logrado introducir una perspectiva nueva y demuestran que las mujeres tienen un impacto significativo en la construcción de la paz y en la redefinición de la seguridad, no como protección territorial sino como protección de la vida humana en todas sus dimensiones.

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Kepa Bilbao es autor, entre otros libros, de Repensar la guerra. Tradición moral. Realismo bélico y pacifismo jurídico (Catarata, 2024)